Entrevista a Manuel Vicente “Cajón”

Manuel Vicente "Cajón"

Manuel Vicente, trovador demiurgo y cofundador de "El Cajón" junto a Pedro Rojo y Montse Gómez —ese rincón de Alameda San Mamés que no vende, pero regala experiencias— es mucho más que un artista: es un espectáculo viviente.

Con su perilla blanca bifurcada y atuendo de aire ritual, parece salido de un sueño de druidas y poetas. Al recitar, su voz de trueno detiene el tiempo: no declama, invoca.

Cada palabra suya vibra como un desafío al viento.

Al comenzar la charla, Manuel Vicente Cajón recita:


Ahora,

ahora y en la hora,

están de moda,

muy de moda,

las estampaciones sobre la piel

de nuestro cuerpo

y en todas sus partes

y en todos los sitios.

Y ahora,

ahora y en la hora,

cuando acaricio,

ya no sé,

ya no si

estoy tocando

a un ser humano

o a un jarrón chino.

La intensidad de su mirada, esa que se pierde en horizontes que solo él conoce, deja claro que estamos ante alguien que no solo crea arte, sino que lo vive con cada fibra de su ser.

Es imposible no sentirse pequeño y fascinado a la vez frente a él, este auténtico alquimista de ideas, capaz de convertir en arte las cáscaras de huevo, musgo o virutas de hierro y en poesía incluso el silencio.

Hasta su “paquete” de tabaco es una mezcla de arte, humor y provocación, lo saca de un bolso que lleva estampado “El beso” de Gustav Klimt.

Su figura y su energía parecen un recordatorio de que la creatividad no entiende de límites ni de etiquetas.

Manuel Vicente Cajón no es otro artista, es "el artista" porque escapa a cualquier comparación.

Un trovador de otros tiempos, chamán moderno y mago de la palabra, siempre dispuesto a sorprenderte con una historia, un verso o un montaje tan inesperado como profundamente humano.

Entrevistador:

Para no caer en lo predecible, hace falta imaginación.

Manuel “Cajón”:

No soy inteligente, pero sí imaginativo y creativo. En la escuela fatal, muchos suspensos. Cuando descubrí mi vena creativa, empezó todo el jaleo.

Entrevistador:

¿Siempre fuiste creativo de esta manera?

Manuel “Cajón”:

De muchas maneras y sin darme cuenta. Ya de chaval, en mi pueblo de dos mil habitantes, hacía mi belén en casa y la gente venía a verlo.

Entrevistador:

¿De chaval, sabías lo que querías ser de mayor?

Manuel “Cajón”:

Pues no lo sabía, era creativo, pero ni me daba cuenta, era parte de mí.

A los catorce, fui un fracaso escolar y mi padre no sabía qué hacer conmigo. Tras la mili, trabajé con un notario unos años. Un día, alguien del pueblo me habló de un escaparatista de El Corte Inglés y me interesó. Vine con unos veintidós años y estuve allí dieciocho.

Cuando sentí que quería ser más “yo”, lo dejé y montamos El Cajón. Funcionó y seguí como autónomo. Pero si hubiera salido mal... El Corte Inglés era buena empresa, pagaban bien. Irme fue quizá el único acto valiente de mi vida.

En El Corte Inglés los escaparates los diseñaban en Madrid. Nosotros solo montábamos. Yo quería tener mi taller, hacer mi cosa.

Entrevistador:

¿Y cómo conociste a tu socio del Cajón?

Manuel “Cajón”:

Yo daba clases de escaparatismo en la Cámara de Comercio y allí apareció Pedro. Todo fue casual.

Cogimos una lonja. Yo seguía trabajando en El Corte Inglés. Primero montamos El Cajón, funcionó tres o cuatro años y luego ya dije: "Esto me interesa más que El Corte Inglés, me voy a mi taller", donde también estaba Pedro.

Entrevistador:

¿Qué sentido tenía El Cajón para ti? ¿Lo veías como arte?

Manuel “Cajón”:

Yo lo vi como arte. El escaparate, dicen, nació con la sociedad de consumo, pero mucho antes los artesanos sacaban sus botijos a la calle, no para vender, sino para secar, y vieron que así los vendían. Luego vino lo de poner en la ventana lo que querías mostrar. Así empezó todo. Después llegó la sociedad de consumo, El Corte Inglés... y aparecí yo (ríe).

Entrevistador:

Entonces, más sala de exposición que tienda.

Manuel “Cajón”:

Al escaparate se le ha visto como un arte menor: el zapato, la maniquí... Nosotros eso sí lo hacíamos en sitios comerciales, pero en El Cajón no. Nosotros no vendíamos nada.

La publicidad ha cambiado. Ahora un escaparate puede ser una gran pantalla que se mueve. El escaparatismo es eso hoy.


Entrevistador:

¿Cómo acabó siendo el escaparate más famoso de Bilbao, un escaparate que no iba a vender nada, que solo era para contemplar?

Manuel “Cajón”:

Eso, mi manera de ser, mi poesía, que es donde he acabado, y tiene su gracia. Cuando me jubilé no sabía qué hacer, siempre he sido muy inquieto. Entonces me dio por escribir, hará unos 16 años.

Y al empezar pensé: ¡Qué de puta madre! Con un papel y un bolígrafo me lo monto solo, ni luces, ni carpinteros, ni pintores, ni electricistas, nada de nada.

Entrevistador:

¿Sabías que estabas cambiando las reglas del juego artístico?

Manuel “Cajón”:

No lo había pensado, pero lo que hicimos no se había hecho en ningún escaparate. Sí, fue romper una regla. Me considero una persona creativa que ha hecho muchas cosas, pero lo que más me gusta de mí es que soy buena gente. Y punto final.

Entrevistador:

¿El Cajón era poesía física?

Manuel “Cajón”:

Sí, lo llamé poesía de cemento. Era poesía también: física, en tres dimensiones.

Desde luego, no me he hecho millonario con eso, ni mucho menos. Cuando edité mi libro y mi disco, lo hice todo por mi cuenta: pagué la imprenta, el disco y demás. Con mi inocencia idealista de siempre, no podía permitirme perder dinero, así que tuve que venderlos. Al ver lo que me había gastado, sentí alivio. Desde entonces puedo regalarlos.

Costaban veinte euros el libro y cinco el disco. Era barato, hace dieciséis años, antes de la crisis. Algunos colegas decían: “Cuesta veinte…”, “No tengo”, “No leo…”. Fue una lucha recuperar lo invertido. A ojo, lo logré. No llevaba cuentas exactas, pero no perdí.

Fue una lucha conseguir recuperar el dinero que me costó, pero lo logré. Por eso ya no quiero editar más. Me basta con recitar lo mío, aunque no me paguen. Estoy bien con mi casa, mi pensión y sin deudas. Eso es todo.

Entrevistador:

¿Tienes relación con El Cajón?

Manuel “Cajón”:

Ninguna. Me fui, Pedro siguió. Este año se jubila y cerrará. Era un local alquilado.

Entrevistador:

Eso conecta con lo efímero del arte.

Manuel “Cajón”:

Veo fotos y siguen vigentes. Eran montajes grandes, imposibles de guardar. De ahí el nombre.

Entrevistador:

¿El arte debe estar en la calle?

Manuel “Cajón”:

Sí. Cuando abrió el Guggenheim ya estábamos. Nadie nos llamó. Aun así, hicimos cosas como una expo para Hacienda sobre el concierto económico.

Entrevistador:

Queda algo de eso?

Manuel “Cajón”:

Muy poco. Recuerdo un macho cabrío de papel, con volumen y luz. Dramático. Duró dos meses.

Lo efímero también es arte. Aunque me habría gustado guardar algo.

Por eso recito lo mío. Ni Lorca ni nadie. Solo lo mío. Como este verso



¡Ay, Manuel, Manuel!

¡No te arrimes!

No te arrimes mucho a la pared.

No sea que te fusilen.

1936

Lo de “no te arrimes a la pared” viene de cómo fusilaban a la gente. Eso me toca mucho.

Entrevistador:

¿Y el futuro del arte?

Manuel “Cajón”:

La inteligencia artificial me alucina.

Entrevistador:

¿Se pierde algo sin lo físico?

Manuel “Cajón”:

No necesariamente. Lo esencial es la idea. Las herramientas cambian. Yo sigo escribiendo a mano.

 

Pues Colorín colorado,

esta entrevista

se ha terminado.