La lección de Uvilandia
Uvilandia
En el principado de Uvilandia, el rey justo y generoso (de cuento), decidió eliminar los impuestos. En su lugar, cada súbdito aportaría una jarra al año de su mejor vino a un enorme tonel, de cuya venta se financiaría el reino.
La noticia fue recibida con júbilo. “¡Nuestro rey es un sabio!” cantaban en las tabernas. “¡Ni un impuesto más y solo una jarra de vino al año!”.
Llegó el día de la gran contribución. Desde primera hora de la mañana todos los súbditos desfilaron por los jardines del palacio y vaciaron sus jarras en el enorme tonel. Al final del día, los 15.000 litros estaban listos. Exultante, el rey mandó servir una copa del vino recolectado y la alzó para brindar con orgullo por su pueblo.
Desconcertado, ordenó reunir a todos los sabios del reino. Tras largos debates sobre posibles maldiciones, alquimias, hechizos y milagros, el más anciano de los ministros se acercó y le susurró:
—Majestad, el misterio es simple: Pensemos por ejemplo en Damián, su vino es el mejor del pueblo, esta mañana al ir a aportar su jarra pensó:
“Si pongo agua en vez de vino, en 15.000 litros nadie lo notará…”.
—¿Y? —preguntó el rey.
— Que todo el mundo pensó lo mismo.
Así, Uvilandia se quedó sin vino, pero con una gran lección:
Si esquivas tu responsabilidad cuando hay que arrimar el hombro pensando en que los demás harán lo correcto por ti el resultado puede ser… un vino muy aguado.
(Adaptación del relato "Por una jarra de vino" de Jorge Bucay)