Irakurtzeko zerbait

ODIO
Sííí… ¡Los odio con toda mi alma! Odio los cuentos infantiles. Los que me contaba mi madre con su dulce voz antes de susurrarme una nana y, sobre todo, los que mi abuela, sentada en el sillón al calor de su manta de cuadros, me narraba sin piedad. ¡Los odio con todas mis fuerzas! Los cuentos destruyeron mi vida.
Recuerdo cuánto me gustaba el de "Los Tres Cerditos", cómo disfrutaba escuchando a mamá decir eso de "soplaré, soplaré y la casa tiraré". Siempre quise ser el tercer cerdito, el de las mejillas sonrosadas, el que se construyó con ilusión una bonita casa de ladrillo y vivió feliz junto a sus hermanitos, los cerditos holgazanes, a salvo del terrible y dentudo lobo. ¡Boba de mí! Siguiendo su ejemplo compré un adosado de dos plantas y jardín, y en él fui feliz durante un tiempo, cantando junto a los míos aquello de "¿quién teme al lobo feroz…? Pero no llegó el lobo sino la temible crisis, durante la cual perdí el trabajo y lloré desconsolada. Cuando me hablaron de invertir en ladrillo debí dejarme de cuentos, y comprar acciones de alguna cementera. Aunque la construcción de vivienda entre en crisis, se siguen levantando muros y el ladrillo sube y sube de precio. Siempre ha sido así. Ayer en Berlín, hoy en México y mañana en Murcia. El ladrillo es negocio.
Malvendí la finca, pagué lo que restaba de hipoteca y levanté cabeza más despacio de lo que me hubiera gustado. Algún ahorrillo quedó y ya, más tranquila, comencé a recordar el cuento de la abuela, el de "La Cigarra y La Hormiga".  De nuevo quise parecerme al personaje equivocado. Me comporté como la hormiga trabajadora, obsesionada con el futuro, la que ignoraba a la cigarra cuando entonaba lo de "siempre cantando y bailando yo voy, al compás de mi violín…". Así que decidí contratar un plan de pensiones, y fue entonces cuando me colaron las preferentes sin yo enterarme. Todavía me acuerdo del apretón de manos amistoso con el que me despidió el director de la sucursal bancaria, y la sonrisa bobalicona que yo le dediqué.
En el amor tuve más suerte. Encontré al príncipe azul de melena planchada. Prometió despertarme con un beso cada mañana. Hoy, veinte años después, lo tengo a mi lado y, aunque estoy en paro, cuando canta el gallo y cacarean las gallinas, cumple su promesa interrumpiendo mi sueño al alba… entre semana, sábados, domingos y fiestas de guardar. ¡Boba de mí! Tampoco es extraño verme haciendo la mudanza, de piso en piso de alquiler, abrazada a la Termomíx que compre a plazos, con la ilusión de que cocinara ella solita para mí unas sabrosas perdices.
¡Boba de mí! Pero a día de hoy, con tantos sinsabores, he perdido el apetito y, al mirarme en el espejo mágico del baño, me veo tan flaca y huesuda que temo me ocurra lo que a María Sarmiento.
Sí, los cuentos me arruinaron. ¡Jodidos cuentos! 
AMAIA MARTÍNEZ ALDECOA