"... Que en españa empieza a amanecer"
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A partidos como el PSOE sería ingenuo a estas alturas pedirle asaltar los cielos, en gran parte porque en el mal llamado mundo desarrollado queda muy poca gente dispuesta a tal aventura. Bastaría con que aplicasen el viejo principio de Maquiavelo que considera a la política el arte de lo posible. En su lectura más humanista, el lema aludiría a la pericia y las tablas para llevar al extremo lo que se puede hacer a favor de la ciudadanía, o lo que es igual, dentro de lo factible, lograr lo más difícil, quedarse justo en el umbral de lo imposible. Por el contrario, allí donde gobiernan, los socialistas se aplican desde hace décadas a seguir la corriente; para ellos la política no sería el arte de lo posible sino la gestión de lo "inevitable": privatización de servicios, reducción del gasto público, rescates bancarios, reformas laborales, desregulación de los mercados financieros, seguidismo de las políticas exteriores que dicta EEUU, desprotección de la naturaleza… ¿Y qué pasa con la cosa territorial? Pues tres cuartos de lo mismo. Y es que el último verso de Pemán para el viejo himno(por cierto, una letra mucho mas acorde que la de Marta Sánchez con el espíritu que desprende la música) le viene pintiparado a la situación que vive "eso" desde el pasado 30 de mayo.
"Eso" está tan habituado a las desgracias, la podredumbre y el facherío que, como el niño del anuncio, se entusiasma cuando le regalan un palo. Porque, no nos engañemos, un palo es lo que tenemos ahora. Es cierto que antes teniamos un zurullo y que el futuro asoma con la esvástica desenfundada, pero la idea de nación que traen las señoras y señores del PSOE es tan falangista como el verso de Pemán, que no lo era: indisoluble, sagrada, fuente de orgullo…Alguien lo dijo una vez, en cuanto a la idea de pais no hay cosa que se parezca mas a un español de derechas que un español de izquierdas, si es que tal cosa existe. Pues eso, lo casposo no quita lo valiente, y ahí teníamos al grupo parlamentario socialista en pleno aplaudiendo en pie a Juan Carlos I el día de la Constitución. Si Pablo Iglesias - el otro, el viejo - levantara la cabeza volvería al nicho más lleno de estupor que de indignación.