El día de mi muerte
El día de mi muerte amaneció gris. Toda la mañana me acompañó el clásico dolor en el centro del pecho al que mi amigo Carlos llama "el reflujo".
Si me he decidido a contarles esto es para que comprendan que estar muerto no es nada del otro mundo, permítanme el chiste fácil. El otro lado es como éste, o éste como aquél:la mitad del tiempo se va en comer y dormir, y los domingos son igual de aburridos.
Cuando te mueres nadie te informa de nada, ni falta que hace.
Cada uno vive aquí,es un decir, con la edad a la que ha muerto. Dentro de lo que cabe, no me quejo.
Desde que llegué aquí he visitado varias veces a mi padre y sigue tan ausente como en los últimos años que pasó en la Residencia.
Como ya habrán adivinado, de este lado resido en Bilbao, en el Bilbao de aquí, que es como el de ustedes pero en colores desvaídos y lleno de muertos. Con algunos me ha dado mucho gusto volver a encontrarme; de otros mejor no hablar.
Ah, a Dios no le he visto por ningún lado. Respecto a asunto tan espinoso, francamente no sé qué pensar.
Si ahora me preguntaran por cuál de los dos mundos me inclino, me constaría decidirme. En todo caso, para bien o para mal, no tengo opción:Estoy muerto y muerto voy a seguir, si nadie lo remedia, por tiempo indefinido